NATURAL

La viejas duelas, abandonadas en el campo. Todavía desprenden su olor avinagrado. El otro día dando un paseo por la tarde en una zona a medias entre rural y en construcción. Paseaba y observaba. Las tierras de la campiña de Jerez son muy ricas, desde todas las perspectivas. Son ricas para la agricultura. A poco que siembres, enseguida crecen las semillas. Tienen la humedad y el sol que las hace fructíferas, generosas en abundancia. Por muy duro que sea el trabajo en la agricultura, las personas que viven de este trabajo suelen tener una mirada brillante, feliz. Por entre las parcelas por las que paseaba, la gente saludaba agradecida y amablemente. Tienen una sonrisa fácil.
Me llama la atención el orden que tienen la gentes del campo. Es un orden para la vida. Allí las cenizas de lo que hay que reconvertir, allá lo que ahora no tiene uso. Aquí lo que hay que cuidar… y Así todo ordenado para la vida, y vida en abundancia.

También cerca de estas tierras, las hay en construcción. Son, como el césped, una planta depredadora. Cuando empieza una, ya no paran y lo inunda todo. Esto dicen que genera riqueza ¿a las financieras? ¿trabajo? Siempre dije que me sentía “urbanita”. Sin embargo cada vez me identifico menos con esta urbe que potencia el individualismo y la insolidaridad.

El campo tiene otro ritmo. Es un ritmo acompasado. Forma una sintonía armoniosa con la Vida. Estar en contacto con la naturaleza me llena de vida. El colorido en este tiempo me saca la alegría de lo más hondo. La salvía morada, el rojo de la amapola, el amarillo de las margaritas, las hojas que parecen ensangrentadas de la remolacha. La humilde boraja con sus florecillas lilas. Es una suerte para los sentidos. Los olores. Ya dije, el olor de la madera que conservó los ricos vinos de la zona, se mezclaba con el fuerte perfume del apio o el almizcle de la tierra recién mojada. Los olivos en flor. ¡¡Que suerte poder disfrutar!!